Nunca había probado el paddle surf, pero desde el primer momento supe que sería inolvidable.
La tabla parecía inestable al principio, pero con unos cuantos intentos logré ponerme de pie.
El mar estaba en calma, el sol brillaba y una suave brisa me empujaba con delicadeza.
Cada remada me alejaba de la orilla y me acercaba a un paisaje marino que parecía de postal.
Los peces nadaban bajo mis pies y el agua cristalina reflejaba el cielo azul.
Me crucé con otros aficionados, algunos más expertos que me saludaban con sonrisas.
En medio del recorrido me senté sobre la tabla a descansar, rodeado de silencio y mar.
Esa conexión con la naturaleza fue lo que más me impresionó.
Nada de ruidos, solo el vaivén del agua y el canto lejano de una gaviota.
Caí un par de veces, claro, pero eso solo lo hizo más divertido.
Al regresar, me sentí relajado, satisfecho y con ganas de repetir.
Sin duda, una experiencia que recomendaré a todos los que buscan aventura y paz al mismo tiempo.